…EL AMOR NUNCA ES SUFICIENTE…
Aunque el amor
es un incentivo poderoso en la pareja, para que se ayuden y apoyen, se hagan
felices el uno al otro y creen una familia,
no constituye en sí mismo la esencia
de la relación, pues no provee las cualidades y aptitudes personales
que son decisivas
para sustentarla y hacerla crecer.
Hay cualidades especiales como compromiso, sensibilidad, generosidad, consideración, lealtad, responsabilidad, confiabilidad,
que son
determinantes para una relación feliz.
Los
integrantes de la pareja deben cooperar,
respetar y proceder con decisiones solidarias.
Deben
saber adaptarse, reconocer errores y perdonar.
Tienen
que ser tolerantes con los defectos y rasgos particulares del otro.
Si
se cultivan esas “virtudes” durante cierto período, la pareja se desarrolla y
madura.
Una pareja que
convive difiere de otras relaciones. Está comprometida en una relación duradera, cada uno de sus
integrantes desarrolló ciertas expectativas
con respecto del otro.
La intensidad de la relación alimenta ciertos
anhelos, largo tiempo latentes, de amor, lealtad y apoyo incondicionales.
Todo
lo que haga el cónyuge está dotado de significados que derivan de deseos y
expectativas de cada integrante.
Debido a la fuerza de los sentimientos, las
esperanzas, la profunda dependencia y los significados simbólicos decisivos, a
veces arbitrarios, que atribuyen a los actos mutuos, los cónyuges son propensos a interpretarlos mal, que a pensar en el
conflicto como en un problema que puede solucionarse.
A medida que surgen las dificultades y proliferan las
hostilidades y los malentendidos, los
cónyuges pierden de vista aquellos aspectos positivos que su pareja les aporta
y representa
Es decir, llegan
a dudar de la propia relación y pierden así la oportunidad de desenredar los
nudos que deforman el mutuo entendimiento.
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